La visita de mamá. Por: Andrés Sulbarán.


    Javier despertó tras un sueño profundo por la sensación de ausencia pero, ¿Ausencia de qué? A los pocos segundos en el traspaso del mundo de los sueños con la realidad el hombre de ya unos 30 años se dio cuenta de que la alarma no había sonado. Debía levantarse a las 5:30 de la mañana y eran las 8:16 AM según su reloj de pulsera.

    ¿Qué había pasado con el despertador? Lo buscó con la mirada, dirigiéndola a la mesita de noche alado de su cama; el artefacto estaba apagado. Javier nunca apagaba el aparato despertador, y mucho menos un día antes de una entrevista de trabajo que era tanto prometedora como necesaria. Se había graduado como contador y sólo hacía eso, contar, sacar cálculos, nada más, no sabía hacer otra cosa. Se graduó a los 23 años y trabajó para una compañía por 6 años seguidos hasta que dicha compañía tuvo que recortar personal y Javier fue una de las cabezas que rodaron por el piso. Desde entonces no había conseguido trabajo por un año y se sustentaba por unos ahorros que guardaba en casos de emergencia pero estos comenzaban a disminuir con el pasar de los días.

    Se levantó de golpe, estaba tan nervioso y fúrico que la erección matutina se ausentaba de entre los boxers oscuros. Miro alado de la mesita de noche para descubrir que alguien había desconectado el aparato pero... ¿Quién? Javier vivía solo, se había independizado hace años y no tenía esposa ni hijos, ¿Cómo podía un cable de corriente zafarse del interruptor así nomas? 

    Escuchó unos ruidos en la cocina; había alguien en casa. Con cautela y sobre la punta de los pies comenzó a caminar desde su cama hasta la puerta de su cuarto, al llegar allí se dispuso a abrirla lo más lento posible, las bisagras no le traicionaron, poco a poco la puerta se fue abriendo dejando entrever a Javier el resto de su pequeño apartamento donde la sala y la cocina eran un solo espacio.

    En el horno, sobre un sartén,  se fritaban un par de huevos mientras que la cafetera emitía su sonido burbujeante destilando un olor a café fresco. No le bastó una fracción de segundo para reconocer la silueta femenina que se encontraba lavando los platos sucios de la comida china de ayer por la noche.

    Era una anciana un poco regordeta y pequeña, llevaba el cabello blanco recogido en un moño impidiendo cualquier filamento estar libre de su aprensión. Llevaba puesto un vestido rosado con puntitos negros y un delantal blanco.

— ¿Mamá? —Preguntó Javier.

    La anciana se volteó con una pequeña sonrisa tierna y con alegría en los ojos negros, cosa que aumentaba el número de arrugas alrededor de su rostro.

— Por fin despertaste mijo, no recordaba lo dormilón que eres.

    ¿Qué hacía su mamá allí? No la veía desde hace casi un mes. Vivía sola por lo que, después de morir su papá, la visitaba diariamente pero las visitas se fueron extendiendo a una cada semana y luego a cada mes, aveces simplemente inventaba cualquier tipo de excusa para no ir a verla, pensaba que era una perdida de tiempo.

— ¿Qué haces aquí mamá? No entiendo.

— Bueno, simplemente quise hacerte una visita mijo, ¿Acaso no puedo? 

— Sí, claro que puedes pero... ¿Cómo entraste?

— ¿No recuerdas que me diste una copia de la llave? —La doña se metió la mano derecha dentro del delantal y de él extrajo una pequeña llave adherida a un llavero de la virgen Chiquinquira.

— Ah... Sí, tienes razón —Javier miró hacia su cuarto— ¿De casualidad fuiste tú quien desconectó el despertador mamá?

— Ah, sí mijo, entré despacio al cuarto para ver si estabas despierto pero aún dormías, te veías tan hermoso pero vi que tenías la alarma puesta muy temprano por lo que lo apagué para que pudieras descansar más, yo no sé cómo se manejan esos trastos por lo que simplemente lo desconecté.

—¡Joder mamá! ¡¿Pero qué hiciste?! —Le gritó Javier a su madre sin importar lo dramático que se viera el estallido de cólera.

— ¿Qu-Qué hice de qué, Javier? N-no hice nada, ¡no me hables así que soy tu madre! —A pesar del intento de reafirmar su autoridad sobre su único hijo, ya adulto, a la doña se le apretujaron las palabras en la garganta, se sentía asustada.

— ¡HOY TENÍA UNA ENTREVISTA IMPORTANTE DE TRABAJO Y AHORA LA PERDÍ POR TU CULPA! —Javier gritaba cada vez más fuerte mientras se le acercaba a su pobre madre la cual, debido a los gritos, comenzó a sentir la tristeza y decepción de cuando el querer hacer bien sólo te lleva a cometer un error.

— Pe-pero no quería Javier, lo siento, no lo-lo sabía, perdón... —No sabía qué decir, había arruinado la mañana de su hijo, sólo quería pasar unos últimos momentos con él y lo había arruinado, ¿Le permitirían estar más? No lo creía.

— ¡QUÉ PERDÓN NI QUE NADA! SÓLO ERES UNA VIEJA ESTÚPIDA QUE LO ESTROPEA TODO —Javier, prácticamente a pocos centímetros de ella, estaba fuera de control, sentía que lo estaba pero no podía controlarse— ¡QUIERO QUE TE LARGUES DE MI CASA, NO QUIERO VERTE MÁS!

    La doña ya lloraba a cantaros, se llevó las manos al rostro para ocultar las lágrimas y la cara enrojecida e hinchada, no dijo nada más, sólo se dirigió, casi corriendo, hacia la puerta principal del departamento, se quitó el delantal, lo colocó junto con las llaves en un sofá alado de la puerta y, tras darle una ultima mirada llena de lagrimas a su hijo, quien se encontraba respirando de forma rápida y lanzando los huevos y la tostadora contra el piso, salió del departamento cerrando suavemente la puerta...

    Javier quedó solo en el departamento, quizá como siempre deseó estarlo aunque los factores de las circunstancias fueran diferentes. Caminó de un lado al otro procurando con pisar el café o los huevos calientes, ni mucho menos los vidrios rotos y al cabo de unos minutos el teléfono de la sala sonó. 

    Una vaga ilusión o esperanza invadió al hombre, pensó que serían los de la compañía preguntándose el por qué faltó, les daría una buena excusa y, con mucha suerte, podrían concretar la entrevista para la tarde o mañana mismo. 

    Se dirigió al telefono y lo levantó.

— ¿Aló? —Dijo inseguro.

— Sí, ¿Hablo con el señor Palmar? —La voz era rasposa y gruesa.

— Con él habla, ¿Qué desea?

— Señor Palmar, me lamenta informarle que está siendo comunicado desde el hospital central, esta mañana ha ingresado la señora Andreina Palmar a nuestras instalaciones mientras sufría un infarto y... Lo siento señor, su mamá murió hace una hora.

    Javier no entendía lo que le decían, su mamá no tenía ni 10 minutos que había salido por la puerta.

— Disculpe... —Dijo con cautela— ¿Está seguro de que es mi madre?

— Sí señor Palmar, ¿Su mamá nació el 12 de agosto de 1918?

— Sí... —Se le helaba la sangre.

— Bueno, entonces es ella, le sugeriría que viniera a firmar ciertos papeles, cuestiones de protocolo, espero que pase un tranquilo día y lo siento por la noticia. Hasta luego. —Y el hombre colgó el teléfono.

    El sonido Pi-pi-pi-pi quedó rompiendo el silencio mientras Javier, aún con el teléfono en la oreja, no creía lo que sucedía...

    Giró lentamente la cabeza hacia la puerta, se acercó y miró por el visor ojo de pez. Su madre, efectivamente se encontraba allí, pero se hallaba mirando directamente al visor como si sabía que él lo miraba, sus ojos se hallaban blancos y muertos y su piel era de un gris sucio... 

    Javier se quedó sin habla, no sabía qué hacer, no sabía si abrirle la puerta o quedarse encerrado. De repente, su madre, aún en su estado mortuorio comenzó a llorar y a pedir perdón y, sin mediar aviso, una luz cegó a Javier haciendo que apartara el ojo del visor ojo de pez. 


    La luz entró por los lados de la puerta y, en un segundo, desapareció. Javier, con miedo y curiosidad a la misma medida, se acercó nuevamente al visor pero, al asomarse, no encontró nada...


Autor: Andrés Sulbarán.