Javier despertó tras un sueño profundo por la
sensación de ausencia pero, ¿Ausencia de qué? A los pocos segundos en el
traspaso del mundo de los sueños con la realidad el hombre de ya unos 30 años
se dio cuenta de que la alarma no había sonado. Debía levantarse a las 5:30 de
la mañana y eran las 8:16 AM según su reloj de pulsera.
¿Qué había pasado con el despertador? Lo buscó con
la mirada, dirigiéndola a la mesita de noche alado de su cama; el artefacto
estaba apagado. Javier nunca apagaba el aparato despertador, y mucho menos un
día antes de una entrevista de trabajo que era tanto prometedora como
necesaria. Se había graduado como contador y sólo hacía eso, contar, sacar
cálculos, nada más, no sabía hacer otra cosa. Se graduó a los 23 años y trabajó
para una compañía por 6 años seguidos hasta que dicha compañía tuvo que
recortar personal y Javier fue una de las cabezas que rodaron por el piso.
Desde entonces no había conseguido trabajo por un año y se sustentaba por unos
ahorros que guardaba en casos de emergencia pero estos comenzaban a disminuir
con el pasar de los días.
Se levantó de golpe, estaba tan nervioso y fúrico
que la erección matutina se ausentaba de entre los boxers oscuros. Miro alado
de la mesita de noche para descubrir que alguien había desconectado el aparato
pero... ¿Quién? Javier vivía solo, se había independizado hace años y no tenía
esposa ni hijos, ¿Cómo podía un cable de corriente zafarse del interruptor así
nomas?
Escuchó unos ruidos en la cocina; había alguien en
casa. Con cautela y sobre la punta de los pies comenzó a caminar desde su cama
hasta la puerta de su cuarto, al llegar allí se dispuso a abrirla lo más lento
posible, las bisagras no le traicionaron, poco a poco la puerta se fue abriendo
dejando entrever a Javier el resto de su pequeño apartamento donde la sala y la
cocina eran un solo espacio.
En el horno, sobre un sartén, se fritaban un
par de huevos mientras que la cafetera emitía su sonido burbujeante destilando
un olor a café fresco. No le bastó una fracción de segundo para reconocer la
silueta femenina que se encontraba lavando los platos sucios de la comida china
de ayer por la noche.
Era una anciana un poco regordeta y pequeña, llevaba
el cabello blanco recogido en un moño impidiendo cualquier filamento estar
libre de su aprensión. Llevaba puesto un vestido rosado con puntitos negros y
un delantal blanco.
— ¿Mamá? —Preguntó Javier.
La anciana se volteó con una pequeña sonrisa tierna
y con alegría en los ojos negros, cosa que aumentaba el número de arrugas
alrededor de su rostro.
— Por fin despertaste mijo, no recordaba lo dormilón que eres.
¿Qué hacía su mamá allí? No la veía desde hace casi
un mes. Vivía sola por lo que, después de morir su papá, la visitaba diariamente
pero las visitas se fueron extendiendo a una cada semana y luego a cada mes,
aveces simplemente inventaba cualquier tipo de excusa para no ir a verla,
pensaba que era una perdida de tiempo.
— ¿Qué haces aquí mamá? No entiendo.
— Bueno, simplemente quise hacerte una visita mijo, ¿Acaso no
puedo?
— Sí, claro que puedes pero... ¿Cómo entraste?
— ¿No recuerdas que me diste una copia de la llave? —La doña se
metió la mano derecha dentro del delantal y de él extrajo una pequeña llave
adherida a un llavero de la virgen Chiquinquira.
— Ah... Sí, tienes razón —Javier miró hacia su cuarto— ¿De casualidad
fuiste tú quien desconectó el despertador mamá?
— Ah, sí mijo, entré despacio al cuarto para ver si estabas
despierto pero aún dormías, te veías tan hermoso pero vi que tenías la alarma
puesta muy temprano por lo que lo apagué para que pudieras descansar más, yo no
sé cómo se manejan esos trastos por lo que simplemente lo desconecté.
—¡Joder mamá! ¡¿Pero qué hiciste?! —Le gritó Javier a su madre sin
importar lo dramático que se viera el estallido de cólera.
— ¿Qu-Qué hice de qué, Javier? N-no hice nada, ¡no me hables así
que soy tu madre! —A pesar del intento de reafirmar su autoridad sobre su único
hijo, ya adulto, a la doña se le apretujaron las palabras en la garganta, se
sentía asustada.
— ¡HOY TENÍA UNA ENTREVISTA IMPORTANTE DE TRABAJO Y AHORA LA PERDÍ
POR TU CULPA! —Javier gritaba cada vez más fuerte mientras se le acercaba a su
pobre madre la cual, debido a los gritos, comenzó a sentir la tristeza y
decepción de cuando el querer hacer bien sólo te lleva a cometer un error.
— Pe-pero no quería Javier, lo siento, no lo-lo sabía, perdón...
—No sabía qué decir, había arruinado la mañana de su hijo, sólo quería pasar
unos últimos momentos con él y lo había arruinado, ¿Le permitirían estar más?
No lo creía.
— ¡QUÉ PERDÓN NI QUE NADA! SÓLO ERES UNA VIEJA ESTÚPIDA QUE LO
ESTROPEA TODO —Javier, prácticamente a pocos centímetros de ella, estaba fuera
de control, sentía que lo estaba pero no podía controlarse— ¡QUIERO QUE TE
LARGUES DE MI CASA, NO QUIERO VERTE MÁS!
La doña ya lloraba a cantaros, se llevó las manos al
rostro para ocultar las lágrimas y la cara enrojecida e hinchada, no dijo nada
más, sólo se dirigió, casi corriendo, hacia la puerta principal del
departamento, se quitó el delantal, lo colocó junto con las llaves en un sofá
alado de la puerta y, tras darle una ultima mirada llena de lagrimas a su hijo,
quien se encontraba respirando de forma rápida y lanzando los huevos y la
tostadora contra el piso, salió del departamento cerrando suavemente la
puerta...
Javier quedó solo en el departamento, quizá como
siempre deseó estarlo aunque los factores de las circunstancias fueran
diferentes. Caminó de un lado al otro procurando con pisar el café o los huevos
calientes, ni mucho menos los vidrios rotos y al cabo de unos minutos el
teléfono de la sala sonó.
Una vaga ilusión o esperanza invadió al hombre,
pensó que serían los de la compañía preguntándose el por qué faltó, les daría
una buena excusa y, con mucha suerte, podrían concretar la entrevista para la
tarde o mañana mismo.
Se dirigió al telefono y lo levantó.
— ¿Aló? —Dijo inseguro.
— Sí, ¿Hablo con el señor Palmar? —La voz era rasposa y gruesa.
— Con él habla, ¿Qué desea?
— Señor Palmar, me lamenta informarle que está siendo comunicado
desde el hospital central, esta mañana ha ingresado la señora Andreina Palmar a
nuestras instalaciones mientras sufría un infarto y... Lo siento señor, su mamá
murió hace una hora.
Javier no entendía lo que le decían, su mamá no
tenía ni 10 minutos que había salido por la puerta.
— Disculpe... —Dijo con cautela— ¿Está seguro de que es mi madre?
— Sí señor Palmar, ¿Su mamá nació el 12 de agosto de 1918?
— Sí... —Se le helaba la sangre.
— Bueno, entonces es ella, le sugeriría que viniera a firmar
ciertos papeles, cuestiones de protocolo, espero que pase un tranquilo día y lo
siento por la noticia. Hasta luego. —Y el hombre colgó el teléfono.
El sonido Pi-pi-pi-pi quedó rompiendo el silencio
mientras Javier, aún con el teléfono en la oreja, no creía lo que sucedía...
Giró lentamente la cabeza hacia la puerta, se acercó
y miró por el visor ojo de pez. Su madre, efectivamente se encontraba allí,
pero se hallaba mirando directamente al visor como si sabía que él lo miraba,
sus ojos se hallaban blancos y muertos y su piel era de un gris sucio...
Javier se quedó sin habla, no sabía qué hacer, no
sabía si abrirle la puerta o quedarse encerrado. De repente, su madre, aún en
su estado mortuorio comenzó a llorar y a pedir perdón y, sin mediar aviso, una
luz cegó a Javier haciendo que apartara el ojo del visor ojo de pez.
La luz entró por los lados de la puerta y, en un
segundo, desapareció. Javier, con miedo y curiosidad a la misma medida, se
acercó nuevamente al visor pero, al asomarse, no encontró nada...
Autor: Andrés Sulbarán.